¿Del mismo lado?
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Se los reitero, estamos del mismo lado y trabajamos con el mismo objetivo: el de saber qué sucedió con sus hijos y castigar a todos y cada uno de los responsables. Busquemos todos juntos la verdad (Enrique Peña Nieto, dirigiéndose a los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos, según el vocero de la República, Eduardo Sánchez, Notimex, 24 de septiembre de 2015).
En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales […]. Las normas relativas […] se interpretarán [en congruencia] favoreciendo en todo tiempo a las personas la protección más amplia. Todas las autoridades […] tienen la obligación de promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos de conformidad con los principios de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad. En consecuencia, el Estado deberá prevenir, investigar, sancionar y reparar las violaciones a los derechos humanos, en los términos que establezca la ley (Artículo 1o. de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos).
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Cada día que uno sale de casa, lo hace con una certeza: no saber si regresará; al menos por propio pie. El estar vivo señala el irremediable acecho de la muerte. En principio, eso pone a todos del mismo lado. Ricos y pobres, viejos y jóvenes, mujeres y hombres, saben el título del capítulo final, aunque desconocen el detalle de cómo se escribirá. Se es ajeno a las menudencias de la partida. Y hasta ahí. Porque luego se presenta un margen de circunstancias que ubican a los humanos en posiciones distintas; de manera que, si bien la generalidad comparte similares imponderables, otros (no muchos) no la pasan igual.
En México, la seguridad pública, o para decirlo con precisión, la inseguridad pública, incrementa la posibilidad de padecer una experiencia desafortunada, violenta, inclusive fatal. Tanto, como la padecida por los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, la noche del 26 de septiembre de 2014, en Iguala, Guerrero. O la sufrida por el fotoperiodista Rubén Espinoza, la activista Nadia Vera, y otras tres personas, el 31 de julio pasado, en el Distrito Federal. O como esa lista interminable de seres cuyas muertes trágicas van quedando cada vez más lejanas en la memoria, sin haber recibido un atisbo de justicia por parte de la autoridad.
Sí, por el hecho de cruzar la calle, pasar por una esquina, caminar por un puente, abordar un transporte, o asomar un billete para pagar en el mercado, es factible que la vida nos vaya en juego. Y si algo pasa, ¿pedimos ayuda a la policía? ¡Carambas, la pensamos varias veces, pues las “fuerzas del orden” no inspiran la mínima confianza! Otros aspectos de la vida cotidiana (empleo, salud, alimentación, educación; o, prefiriendo mencionarles de forma realista: desempleo, enfermedad, desnutrición e ignorancia), son males que afectan también a muchísimos ciudadanos. Cifras que recurrentemente leemos en los medios evidencian la crítica situación. Angustias y desesperos, malestares y malvivencias, nos colocan en una prisión de impotencia y vulnerabilidad. El soslayo de esa problemática, que viene desde el Estado, es la causa original.
Escribió George Orwell en su famosa novela Rebelión en la Granja (1945) que, “Todos los animales son iguales, pero hay algunos animales que son más iguales que otros”. Y mire usted cuánta razón tenía; pues aunque la Carta Magna indique que todos los mexicanos hemos de gozar de condiciones de igualdad, una amplísima parte sufre carencias e injusticias, que vulneran sus elementales derechos humanos. Lo anterior es lectura pesimista de una desigualdad dolorosa; naturalmente, hay otra cara de la historia.
En el país existe otro sector social que vive un mundo feliz; que no tiene necesidad de preocuparse por “las cosas de la calle” porque disfruta de protección de fuerzas del Estado y hasta de seguridad privada que, por cierto, se solventa con recursos del erario (esos que aportan quienes pagamos impuestos). Se trata de un reducido grupo de privilegiados, que no solamente poseen buenos empleos, sino que por ellos perciben beneficios excepcionales, hagan bien o mal su labor (eso es lo de menos, total, no les afecta). Que no tienen que molestarse por hacer largas filas de espera, soportando vejaciones, en dependencias gubernamentales de salud, sean IMSS o ISSSTE. ¡Por supuesto que no! para eso hay dineros públicos que les permiten atenderse con médicos y clínicas particulares. Y ¿qué decir de la alimentación y la educación? pues lo que rascan del presupuesto alcanza para estar en “otro nivel”. Son políticos, gobernantes, empresarios y militares. Hombres poderosos, intocables, infalibles, semidioses, que acostumbran sentarse en el palco de la fortuna. Es la elite de “animales más iguales que otros”.
Consecuencia lógica es que, si no viven como los demás, ni en sueños les acompañan. Por eso, cuando el presidente Peña Nieto dijo a los padres de los 43 normalistas de Ayotzinapa estar de su mismo lado, habría que cuestionar a qué se refería. Si insinuó trabajar con el objetivo de los atribulados padres, es decir, saber qué sucedió con sus hijos, dónde están y tenerlos de vuelta, hay que informarle que luego de casi 13 meses, es clarísimo que no se conduce con verdad. Y ¿cómo va estar en sintonía con los débiles un personaje que vive protegido en exceso? En efecto, el presidente no se halla desamparado en su seguridad personal y familiar; no paga una casa de interés social casi de por vida; no atiende su salud en instituciones oficiales; no viaja en transporte público; no vive bajo la ridícula métrica del “salario mínimo” y, por tanto, no se preocupa por ingeniárselas para que el gasto rinda y su familia coma al día siguiente; vamos, ¡no sabe cuánto cuesta un kilogramo de tortilla!; y obviamente, no tiene (y nunca tendrá) hijos asistiendo a una escuela para gente de escasos recursos.
En definitiva, no es malabareando el “Todos somos Ayotzinapa” (alocución del 27 de noviembre de 2014) suficiente para que Peña Nieto se coloque del lado de la mayoría. NO. Él vive con, para y por, las luminarias del poder. Lo sabe y lo prefiere. Si en realidad estuviera con los mexicanos de a pie, se preocuparía por hacer algo que parece muy sencillo (lo es): gobernar bien, sirviendo a la sociedad en general. A estas alturas, sin embargo, su oportunidad se esfumó. A mitad del sexenio, con la extinción de su credibilidad, la presidencia se le fue de las manos.
Ahora, queda en la ciudadanía la tarea de aprender de las malas decisiones, organizarse, acordar, postular, y apoyar a quien, a partir de 2018, garantice mínimamente, un gobierno honesto, respetuoso de la legalidad, y ocupado en procurar el bienestar general. ¿Conoce a alguien así? Si no, hay que construirlo, antes que la televisora que ya sabemos nos venda otro producto “milagro” que al final del día sea, contrariamente, “patito”.
Fecha de publicación en otros medios: 6 y 8 octubre 2015
Ver: Los Angeles Press, Plumas Libres, Infolliteras
Twitter: @RicSantes