Incertidumbre
Desde inicios del año 2020 el mundo ha vivido con zozobra por causa de una amenaza invisible que apareció intempestivamente y empezó a causar enfermedad y muerte por todos los rincones, el virus SARS-CoV-2, causante de COVID-19. Dos años después, la incertidumbre continúa pues la pandemia aún no termina; más bien, va quedando claro que COVID-19 llegó para quedarse y que en algún momento tocará nuestra puerta. Quienes hemos recibido la vacuna de referencia podemos tener la tranquilidad de estar mejor preparados para «cuando nos toque», pero no puede obviarse que hay quienes no han tenido esa oportunidad. En el extremo, hay quienes rechazan cualquier vacuna que no sea producida en Estados Unidos, aun cuando esté autorizada por la Organización Mundial de la Salud; o de plano no quieren ser vacunados. Según los expertos, este último segmento de la población es el que alienta la permanencia de la enfermedad y la proliferación de variantes; de manera que el desconocimiento de lo que pueda pasarnos frente al eventual contagio es parte de nuestro día a día y ha sido detonante de cambios en nuestro comportamiento como individuos en sociedad. Por si lo anterior no fuese suficiente, de unos días a la fecha reaviva la noticia de que países poderosos han decidido llevar su constante lucha por el control del planeta al terreno del conflicto armado en una escalada de dimensiones desconocidas que, lo queramos o no, también nos tocará. Desde la ventana mediática predominante, que permite ver el mundo solamente con lentes occidentales, se nos dice que Rusia ha invadido de forma alevosa y ventajosa un Estado vecino, Ucrania. Una de las principales razones para llevar a cabo esta acción—continúa la narrativa—es que ese país mostró interés por afiliarse al bando occidental a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a lo que Rusia, dominada por un tirano, se opone. Sigue el relato de que el presidente Vladimir Putin, «el dictador», ha engañado a Occidente y sin recato ha incursionado en Ucrania, destruyendo no sólo pertrechos militares sino impactando inmisericordemente la vida de la población civil. Poca reflexión (ni qué decir de un ejercicio de mínima contrición) hacen los gobiernos occidentales sobre las diversas consideraciones que debió hacer el presidente ruso para tomar tan lamentable decisión; les pareció mejor construir la novelística de que actuó guiado por su ambición personal. Bastó y sobró conque incursionara en casa del vecino para juzgarle como lo peor y por consiguiente presentar a los miembros de la OTAN, con Estados Unidos al mando, como los sempiternos justicieros, salvadores de los débiles. El argumento es que esa alianza no inicia los conflictos sino que actúa solamente para defender de manera conjunta a alguno de sus integrantes cuando sufre una agresión. En este caso, dado que Ucrania no es parte, esa organización no puede actuar directamente en su apoyo; no obstante, su bondad es tanta que amablemente le están enviando armamento y otros apoyos bélicos para que responda al invasor ruso. Adicionalmente, acatando la directiva estadounidense, los aliados pretenden dar un portazo a Rusia al bloquearle flujos financieros y de mercado. Es deplorable que en la época actual persistan los conflictos armados, aunque no puede olvidarse que éstos tienen una historia, una razón de existir; tampoco debe omitirse que las acciones que presuntamente llevan a cabo los gobiernos son juzgadas por los individuos como buenas o malas con base en una cimentación ideológica que ha sido incorporada en las sociedades a lo largo del tiempo. En ese sentido, es más sencillo creer que los países de la OTAN son los buenos de la película, y que el gobierno de Ucrania es la víctima en tanto que el de Rusia es el malo. Por supuesto que es más difícil creer lo contrario, pese a que hechos tan terribles como la invasión a Irak por parte de Estados Unidos y otras reprobables intervenciones de esa potencia en cualquier región geográfica nos reboten en la cara. «Pero es que eso es diferente», podría afirmar el pensamiento atrapado. «Es que cuando invaden (no, ‘intervienen’ suena mejor) en otros territorios es únicamente con el afán de llevar paz, libertad y democracia a los oprimidos por sus malos gobiernos». ¿Será? La pandemia de COVID-19 no ha concluido, la «realpolitik» de los poderosos tampoco. Pero en tanto los individuos continuemos viendo el acontecer mundial desde una sola ventana y desde ahí formemos opinión, nuestra idea de la realidad seguirá limitada… y la incertidumbre continuará. |
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Fuente de imagen: Dominio público |
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Twitter: @RicSantes |
Fecha de publicación en otros medios: Plumas Libres, 28-feb-2022 |