Indecisión electoral… ¿todavía?

Los individuos pueden ellos mismos ocuparse simultáneamente de sus asuntos privados y de los públicos; no por el hecho de que cada uno esté entregado a lo suyo, su conocimiento de las materias políticas es insuficiente. Somos los únicos que tenemos más por inútil que por tranquila a la persona que no participa en las tareas de la comunidad.

(Tucídides. El discurso fúnebre de Pericles. En: La guerra del Peloponeso, Libro II)

¿[P]or qué optar por hacer política, por qué intervenir en los asuntos colectivos con voluntad de transformación social, en lugar de contentarnos con perseguir nuestros intereses privados, intentado maximizar las ventajas y disminuir los inconvenientes que, para nuestra vida personal, presenta el sistema establecido? [E]legir la política es aspirar a ser sujeto de las normas sociales por las que se rige nuestra comunidad, no simple objeto de ellas. En una palabra, tomarse conscientemente en serio la dimensión colectiva de nuestra libertad individual. La sociedad no es el decorado irremediable de nuestra vida, como la naturaleza, sino un drama en el que podemos ser protagonistas y no sólo comparsas.

(Fernando Savater, Elegir la política, 2002)

 

Ante el inminente proceso electoral del 1o. de julio, todavía hay quien mantiene dudas sobre por quién votar. Me dijo un conocido que su duda se debe a que, de los candidatos presidenciales, “es tan malo uno como otro”. Mi reacción fue preguntar: “¿Por qué crees que esto es así?” Respondió: “Es que, ninguno me inspira confianza”.

Esa persona no va a votar por primera vez. Está tan entrada en años como yo; y esto último me causó intranquilidad. Sería dable pensar que, quien por primera vez se verá la cara con una urna, tiene justificación para mostrarse dubitativo. Pero no se esperaría de alguien de edad mayor; máxime, habiendo ejercido su derecho al voto en ocasiones previas.

Pero mi inquietud no estriba ahí; hay algo más de fondo, que amerita reflexión.

Desde mi visión de “madurez”, estoy cierto que vivimos una época pletórica de avances científicos y tecnológicos que, si bien en principio nos provocaron asombro, hoy son experiencias a las que nos vamos acostumbrando… aunque no las entendamos en muchas ocasiones.

Con no pocos problemas, a los “viejitos” se nos ha hecho ordinario el uso de Face, Whats, Telegram, Messenger, etcétera. Por supuesto, “mail” e internet los tenemos ya “internalizados”. Pues sí; aunque los chamacos se rían de nuestros resbalones cibernéticos, nos defendemos.

Entonces, ¿dónde radica la preocupación? Veamos.

Dijo mi interlocutor que piensa que un candidato es tan malo como otro; también, que ninguno le inspira confianza. Afirmo que esa es su opinión, pero nada más. Coincido con Fernando Savater en que el individuo merece todo el respeto, pero su opinión no necesariamente. Porque, ¿cómo es posible, como se dice coloquialmente –y sobre todo a días de iniciar la justa mundialista en Rusia—, que a estas alturas del partido, emita opiniones con base en filias y fobias, y no sustentado en contrastes de las diferentes propuestas de campaña?

¡Caray! Pues ¿qué clase de ciudadanía está defendiendo?

Habiendo recursos tecnológicos como los arriba mencionados, mediante los cuales es factible documentarse, resulta sorprendente que, faltando menos de tres semanas para la elección de quien habrá de conducir el destino del país durante los próximos seis años, aún se tengan deficiencias informativas y se actúe con base en prejuicios. Peor, es lamentable que, en aras de matizar (por no decir ‘ocultar’) inseguridad y desidia, se echen culpas a los demás, en este caso, a los candidatos… que ciertamente no son peritas en dulce; pero eso es lo que hay.

En este punto, pregunto: ¿dónde queda nuestra responsabilidad como individuos en sociedad? Savater es claro al decir que, ser ciudadano, es ser político; es estar interesado, e involucrado, en los asuntos de la polis. Por su parte, Pericles advierte en su discurso fúnebre que aquél que no participa en los temas de interés general es un inútil, pues sólo ve para sí y no para los demás. En los momentos actuales, vale la pena poner estas observaciones en la balanza. Porque si alguien emite opiniones tangenciales, que anuncian un desapego supino a la cosa pública, lleva a concluir que no entiende el significado de la ciudadanía de tiempo completo, que es mucho más que simplemente acudir a las urnas.

Considero que ahí está una de las explicaciones de la situación en que se encuentra nuestro amado país: tenemos el gobierno que padecemos precisamente porque ése es el gobierno que nos hemos dado; ergo, el que nos merecemos.

Con todo, a la pregunta de si es justificable que aún haya quien dude por quién votar… debo responder que sí. La explicación estriba en la historia que los mexicanos hemos construido. Allá voy.

Quienes pertenecemos a generaciones del ayer, crecimos a la sombra –y algunos al amparo—del partido único, lo que significa, entre otras cosas que, en tiempos de elecciones, siempre estuvimos aguardando saber quién resultaba electo por las “fuerzas vivas” (fachada ridícula del “dedazo” presidencial priista), para desde ahí construir nuestras expectativas. El PRI nos acostumbró a que, una vez ungido “el prohombre, el indicado, el mejor”, los beneficios personales deberían buscarse en quienes integrarían su gabinete; de ahí, en quien estaba tan cercano como para ser el siguiente gobernador, y quienes despuntaban para ser encargados de despachos; luego, los presidentes municipales; y así sucesivamente. ¡Hasta pensábamos que los cargos de jefes de manzana quedaban supeditados a quien fuera el “preciso”!

¡Qué triste!… pero así era. Así construimos nuestro imaginario político. No había margen para elegir gobernante; otros decidían por nosotros. Usted, lector, ¿tuvo un puesto gracias a ser hijo de, sobrino de, recomendado de, etcétera?… esa era la normalidad priista (aunque también panista en época reciente).

Por lo anterior, la incertidumbre que aún muestran algunos mexicanos consiste, más bien, en el hecho de que hoy ya no se nos indica quién va a ser el próximo presidente, por lo que nosotros, convertidos en ciudadanos informados, debemos tener la entereza de ir a las urnas y decidir nuestro futuro y el de nuestros hijos. Ese es el reto. En consecuencia, invito a mis conciudadanos a que dejemos la pereza… bueno, no lo endulzaré (no es tiempo de matices), les invito a que rechacemos el valemadrismo y el echar la culpa a los demás, y asumamos la responsabilidad al ciento por ciento.

Como cápsula cultural, agrego que hay de dos sopas solamente: seguimos por la misma ruta, o cambiamos. Continuidad o cambio. Porque, sin decir nombres (que el lector los ponga), hay dos aspirantes presidenciales que ofrecen “certidumbre, modernidad, e innovación”, o sea, continuar con las reformas peñanietistas (esas que propusieron o avalaron, y hasta aplaudieron), con los costos económicos y sociales que todos conocemos y sufrimos.

Por otro lado, hay un candidato que ofrece un cambio radical y pone por delante intereses nacionales; que privilegia el bienestar social, el fortalecimiento del mercado interno, y la protección y conservación de los recursos naturales, por encima de los intereses de gobiernos y corporaciones extranjeras.

Y no hay más.

¿Aún no se decide? Bueno, se vale. Sólo tome tiempo en preguntarse qué es lo que desea para el México de mañana: ¿más de lo mismo o cambio? Así de simple, así de difícil.

 

Fuente de imagen: elheraldodesaltillo.mx
Twitter: @RicSantes Fecha de publicación en otros medios:

Plumas Libres, 10-jun-2018

También te podría gustar...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *