Apuesta al olvido y al pasado autoritario, error del Estado mexicano
Ricardo V. Santes Álvarez
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¿Quién está en el timón en este momento que el presidente está operado?, preguntó el periodista. “No, pues el presidente, Joaquín. Yo no estoy inválido ni discapacitado, no tengo ninguna discapacidad, estoy al frente de esta actividad, estoy en un proceso de convalecencia normal, regular, según la operación […] Estoy muy al tanto, siguiendo lo que está ocurriendo en México y en otras partes, hoy nos hemos enterado de hechos muy lamentables en otras partes del mundo. (CNNMéxico.com, 27 de junio de 2015)
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Es normal que, al encender la radio o la televisión, o leer algún medio impreso, de esos de “circulación nacional”, uno encuentre alguna noticia diferente. “Nueva”, se dice, pues “acaba de ocurrir”. El robo a una joyería en famosa plaza comercial, el incendio de un supermercado de esos que hacen cadena por todo el país, el descubrimiento de un gran fraude en el gobierno de alguna entidad federativa, o el asesinato de un personaje importante en Oriente Medio o en Europa. Igualmente, es común que cuando alguna noticia tiene “pegue” vuelva a ser vista, escuchada, o leída, en las ediciones de los días siguientes. Se nos “informa” del avance, de lo último, sobre tal o cual asunto. Así fue en la invasión a Irak luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001; así lo fue con las ligas bejaranistas que desvelaban la “corrupción en el Gobierno del D.F.”; y así ocurrió con el caso del empresario chino Zhenli Ye Gon. Y lo mismo pasó con el fatal accidente de la cantante Jenny Rivera, o con el deceso de Chespirito, cuando todo Televisa lloró.
Lo anterior, solamente por mencionar algunos temas de antigua y cercana data, que muestran que la costumbre de “refritear” notas hasta el hartazgo y al extremo de lucrar con el dolor ajeno, no es cosa novedosa ni distinta a lo que se sigue haciendo. Es más, si no fuera por artilugios como la televisión, esa donde los merolicos que todos conocemos se regodean creyéndose semidioses, no nos enteraríamos cómo suceden las cosas “en vivo y a todo color”. Como presenciamos, por ejemplo, lo acontecido con la “secuestradora francesa” Florence Cassez, donde las valientes fuerzas federales esperaron la orden de su comandante (un simplón conductor de Televisa) para irrumpir en el sitio donde los secuestradores mantenían a sus víctimas. Y todo lo vimos gracias al Canal de las Estrellas ¡Qué maravilla! Por cierto, sobre ese asunto, con el tiempo (y gracias a fuentes alternativas, claro) nos enteramos de la tremenda farsa que significó la “captura de la peligrosa secuestradora”. Pero ni duda cabe que, en su momento, fue un genial golpe mediático de la televisora, que mantuvo al gran público mexicano con el alma en vilo.
Los medios orgánicos circulan las notas que DEBEN ponerse al alcance de la opinión pública, y procuran guardarse aquellas que no convienen. Cabe preguntar ¿quién decide qué debe conocer la gente y qué no? y ¿a quién conviene o no que una situación se sepa? En realidad, tenemos una noción de quién ordena a los medios zalameros qué publicar y qué no; inclusive, el tono en que deben hacerlo. Órdenes que, por supuesto, acatan con desparpajada desvergüenza.
El calendario y la emergencia de más y más eventos, que conmueven al gran público, han sido los recursos normales de la elite del poder para soterrar la realidad. Al final del día, la elite apuesta al olvido, a borrar de la conciencia las auténticas problemáticas, demandas y necesidades nacionales. Pero asimismo olvida que, pese a su poder inmenso, no puede controlar todo.
Afortunadamente, hoy existen las redes sociales y medios alternativos que no gustan de estar sometidos a los designios de los poderosos; que pese a amenazadores embates, luchan a capa y espada por mantener su autonomía. No sólo eso: es verdad que no hay medios sin lectores y, para nuestra satisfacción, los segundos EXISTEN; e incrementan poco a poco. Ello significa que los mexicanos vamos saliendo del marasmo de la cooptación embrutecedora. En la medida en que Televisa, TV Azteca, y medios sometidos al poder han perdido credibilidad y público, en esa misma medida los alternativos van ganándola a pulso. La censura, como la aplicada a Carmen Aristegui, que se explica en ese contexto, no es suficiente para contener la inconformidad para con el statu quo.
La apuesta al olvido, acallando la verdad y colmatando el espectro con notas fatuas (como que el Piojo Herrera se practicará una liposucción para bajar inmensa barriga, o que anunció que lucirá caireles durante la Copa Oro) no pueden evitar que los ciudadanos libre-pensantes insistan en la búsqueda de un país mejor. Quedó demostrado que la intentona de desviar la atención del proceso electoral del pasado 7 de junio, programando mañosamente un partido de fútbol entre Brasil y México, y donde el impresentablePiojo llamó a votar por el partido verde, no impidió sonoro descalabro para la clase política corrupta.
Si bien los hechos del pasado no deben significar una camisa de fuerza que impida avances, no hay duda que un México mejor es inasequible si se olvida nuestro ayer, que es la mejor fuente explicativa de nuestro hoy, y la opción indubitable para orientar nuestro mañana. El encuentro con ese país mejor es una empresa que medios alternativos y ciudadanos deben acometer mano con mano. Desvelar lo importante, debatirlo y acordar sobre ello es el motor del cambio viable. Por eso es fundamental evitar que lo insulso supere a lo importante.
Un día como hoy, pero hace 20 años, el 28 de junio de 1995, en el Vado de Aguas Blancas, Coyuca de Benítez, estado de Guerrero, 17 campesinos indefensos fueron masacrados por hombres fuertemente armados. A solicitud de Ernesto Zedillo, a la sazón presidente de México, los entonces ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Humberto Román Palacios y Juventino Castro y Castro, fueron comisionados para investigar el caso. Como resultado, los ministros atribuyeron la mayor responsabilidad de los asesinatos al entonces Gobernador Rubén Figueroa Alcocer. A dos décadas de distancia, el Ejecutivo federal ha guardado oprobioso silencio ¿Y el clan Figueroa? Muy bien, gracias.
En ese período tan largo, muchos otros eventos lamentables han sucedido y se han acumulado a las cuentas pendientes de un Estado mexicano que hace todo, menos procurar una vida próspera y justa para los ciudadanos. Apenas durante 2014, se suman la ejecución de civiles a manos del ejército en la localidad de Tlatalaya, Estado de México, así como la desaparición de estudiantes normalistas de Ayotzinapa, la noche del 26 de septiembre en Iguala, Guerrero. Y ¿qué le parece a usted la masacre de civiles en Apatzingán, Michoacán, a manos de fuerzas federales en enero de este año? Como si todas esas desgracias (que mientras más recientes, más sanguinarias) fueran confabulaciones del Estado para hacer olvidar a la sociedad la afrenta previa.
Si el lector no recuerda Aguas Blancas, no sólo es porque luego hubo otras masacres, sino porque los medios cortesanos han puesto su máximo empeño para que el olvido supla las faltas del Estado. ¿Y las violaciones en San Salvador Atenco, Estado de México, en 2006, cuando el presidente actual gobernaba esa entidad? ¿Y la tragedia de la guardería ABC? ¿Y José Manuel Mireles Valverde? ¿Y Nestora Salgado García? Ciertamente, el olvido es un bálsamo para el mal gobierno; y es a la vez una apuesta al pasado autoritario del Estado omnímodo. Pero créalo o no el Estado, ese pasado difícilmente volverá.
Este 28 de junio de 2015, la nota sobre la matanza de Aguas Blancas fue recogida por apenas un par de medios, probadamente independientes. ¿Sabe el lector cuál fue la nota de este día en la mayoría de los medios cortesanos? Veamos:
El Universal: “Peña Nieto retoma reuniones de trabajo en Los Pinos”. Excélsior: “Retoma Peña Nieto reuniones de trabajo en Los Pinos”. Milenio: “Dan de alta a Peña Nieto; reanudará sus actividades”. El Sol de México: “Dan de alta al presidente Enrique Peña Nieto”… y ya para qué seguimos. Por lo anterior, reitero que es fundamental que los medios alternativos y los ciudadanos libre-pensantes eviten que lo insulso, lo fatuo, supere a lo importante.
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