Las enseñanzas de Francisco
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“Ojalá estemos a tiempo de evitar la mexicanización. Estuve hablando con algunos obispos mexicanos y la cosa es de terror”, escribió el Papa Francisco [a Gustavo Vera, legislador de Buenos Aires] para mostrar su preocupación por el crecimiento del narcotráfico en su país natal, Argentina. […] “Mexicanización no es estigmatización. Se está hablando de un proceso que lleva en pocos años a un país que antes era pacífico y democrático, a un espiral de violencia, a una mafia”, aseguró Vera, sobre las declaraciones del Papa.
(María Paz Salas, “Papa alerta sobre avance del narcotráfico en Argentina”, La Tercera, Chile, 24 de febrero de 2015).
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Los días del 12 al 17 de febrero, el Papa Francisco realizó su primera visita a México. En su estancia, el distinguido personaje alternó y/o entremezcló sus varias representatividades; las principales, jefe del Estado vaticano y jerarca máximo de la iglesia católica. También, según asevera el académico Fernando González, “mediador geopolítico y al mismo tiempo líder moral que considera tiene un mensaje universal”. Todas esas facetas en una sola persona; ni más ni menos.
El prolegómeno gubernamental respecto a la visita anunciaba, en voz de la SRE, que en esa oportunidad, “Los encuentros oficiales serán una ocasión propicia para dialogar sobre los mecanismos que generen soluciones concretas a temas como el cuidado del medio ambiente, la paz y la seguridad, la protección de los migrantes, la promoción del desarrollo incluyente, el combate a la pobreza, el desarme nuclear y los derechos humanos, entre otros”. Por supuesto, nada de temas espinosos, producto de habladurías que circulan por todo el mundo, acerca de un México corrupto, violento e injusto; nada que cuestionara la probada honestidad de sus gobernantes o alterara la envidiable paz social, armonía, y el rumbo de desarrollo pleno que caracteriza a este país. Y claro que el pontífice, con absoluta ingenuidad, vendría a conocer esta maravilla de país que le presentarían tanto el nítido gobierno federal como los inmaculados gobiernos estatales… ¡Ajá!
Cubierto por una impresionante red de medios de comunicación, así como por el despliegue de una “estrategia” de difusión oficial, que llegó al extremo de sustituir los símbolos patrios en los portales de dependencias federales con la imagen papal, Francisco visitó algunos sitios del vasto territorio nacional. La Capital federal fue escala ineludible; luego, Ecatepec de Morelos, uno de los lugares más poblados y peligrosos del país, pero donde también hay fe; posteriormente, San Cristóbal de las Casas, en un estado donde a la lacerante pobreza se agrega el fenómeno de exclusión de pueblos originarios. Otra escala fue Morelia, donde la belleza de la ciudad contrasta con la violencia y la corrupción de una entidad como todas las demás; finalmente, Ciudad Juárez, donde la memoria no deja de remitirnos al sello imborrable de los asesinatos de mujeres trabajadoras y adolescentes inocentes. En todo sitio, el vicario de Cristo fue recibido por un pueblo esperanzado a que su presencia, rezos y bendiciones, fueran suficientes para cambiar su suerte.
En la Cd. de México, ante perfumado auditorio de gobernantes y políticos de variopinta ralea, el religioso dijo que cuando se busca el beneficio de pocos en detrimento de muchos, la vida se torna en “un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión […], la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo”. Luego de escucharlo, no dudo que las costillas de muchos de los presentes hayan salido adoloridas debido al codazo propinado por el vecino de al lado, que le habría dicho: “Ahí te hablan, mi buen”.
En Ecatepec, el Papa manifestó: “Hermanos y hermanas, metámoslo en la cabeza: con el demonio no se dialoga, no se pueda dialogar porque nos va a ganar siempre, solamente la fuerza de la palabra de Dios lo puede derrotar”. No faltaría quien preguntase qué agencia de inteligencia le acercó información tan fidedigna, y a qué demonio se refería. Algunos señalarían a quien gobierna actualmente; porque si algo diabólico vivieron los habitantes de Ecatepec los días previos a la visita papal fue la brutal limpieza humana, de pobres y desposeídos, de los espacios donde estaría el pontífice, ordenada por el gobierno.
En San Cristóbal, ante representantes de los pueblos originarios, el jefe del Vaticano lamentó la incomprensión y exclusión que han padecido por siglos, y expresó “Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras […] ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!, perdón hermanos. El mundo […] los necesita”. Muy a propósito de la incomprensión, exclusión y despojo, circuló en redes una elocuente imagen, donde se aprecia que los primerísimos lugares del escenario donde Francisco ofrecería su homilía estaban reservados para una tal “Familia Velasco”… ¿para quién?
En Morelia, el pontífice arengó en contra de la resignación, la que consideró un “arma del demonio”; porque la resignación viene “de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad”. Diría yo que la resignación es prima hermana de la inmovilidad, esa en que las elites colocan a las mayorías, y que sólo puede cambiarse con adquisición de ciudadanía plena.
En Cd. Juárez, el Papa se reunió con presidiarios lo mismo que con empresarios. Con los primeros, fue claro al afirmar que la reinserción social comienza fuera, desde la sociedad: “Comienza creando un sistema que podríamos llamar de salud social, una sociedad para no enfermar”, en barrios, plazas, o escuelas. Agregó que “El problema de la seguridad no se agota solamente encarcelando”, sino que exige afrontar las causas estructurales y culturales que lo provocan. Con la elite empresarial, la arenga invitó a la reflexión amplia, de todos los mexicanos realmente preocupados, cuando preguntó:
¿Qué quiere dejar México a sus hijos? ¿Quiere dejarles una memoria de explotación, de salarios insuficientes, de acoso laboral o de tráfico de trabajo esclavo? ¿O quiere dejarles la cultura de la memoria de trabajo digno, del techo decoroso y de la tierra para trabajar? […]¿En qué cultura queremos ver nacer a los que nos seguirán? ¿Qué atmósfera van a respirar? ¿Un aire viciado por la corrupción, la violencia, la inseguridad y desconfianza o, por el contrario, un aire capaz de generar alternativas, generar renovación o cambio?
Puede advertirse que el Papa de Roma habló de casi todo. Tocó a políticos, empresarios, pueblos originarios, reos, jóvenes, mujeres, niños, hombres, etcétera. Penosamente, la crítica posterior es que su mensaje fue tan general que se quedó en la nube; que la única forma de que pudiera haber tenido efecto era dirigiéndolo con total claridad a quienes él sabe (porque lo sabe) que han incurrido en falta.
Es cierto que no refirió los casos concretos de feminicidios, que no han sido exclusivos de Juárez, sino de otros sitios más, como Veracruz o el Edomex; que no comentó sobre las desapariciones forzadas que por décadas han destrozado miles de familias mexicanas. Que no mencionó la perversa relación entre clérigos y políticos, evidenciada en casos como la recién ventilada colusión entre la Arquidiócesis de México y notorios políticos de cuarta. Que tampoco habló de los matrimonios entre personas del mismo sexo, ni se reunió con los padres de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa aún desaparecidos.
Pero la pregunta es: ¿tenía que ser tan preciso y contundente? Porque debe considerarse que desde Roma llegó no solamente el representante de la iglesia católica sino el jefe del Estado vaticano. Creo que el vicario de Cristo prefirió emitir sus discursos en carácter de “líder moral” (en la acepción de Fernando González), pensando que del mensaje generalizado, “universal”, los aludidos tomarían la parte que les correspondiera.
Luego de su periplo por tan mallugada tierra, el Papa se fue… y los mexicanos seguimos con similares problemas. Tal vez, ya en Roma, habrá de reafirmar lo que dijo en febrero de 2015: en México, la cosa es de terror. Por lo anterior, la lección más importante que dejó fue que, venga quien guste venir, así sea el mismísimo Creador, nadie será capaz de hacer salir a México de esta lamentable espiral de desazón mas que los propios mexicanos. En la medida en que sigamos siendo un pueblo confrontado, continuaremos sirviendo de instrumento para que los malos gobernantes satisfagan sus mezquinos intereses. Porque ellos están cómodos con una sociedad de bajo perfil (educativo, económico, organizativo), que desconoce los derechos y las responsabilidades que tiene por el simple hecho de conformar un colectivo.
Hay quien juzga tendencioso invitar a ponderar los procesos electorales como oportunidades para cambiar, aunque sea un poco, el estado de cosas. Valdría la pena preguntarle si, en las condiciones actuales, la sociedad mexicana tiene otra opción legal. Porque a su grotesca crítica no contribuye con la correspondiente propuesta. En todo caso, es claro que existen individuos “resignados” (Francisco dixit) que han perdido las ganas de luchar por este país o, simplemente, son agentes falderos del sistema. Pero los mexicanos de bien son mayoría.
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Fecha de publicación en otros medios: 24 de febrero 2016
Twitter: @RicSantes