Primer Informe Presidencial. El afán de “mover a México”
Ricardo V. Santes Álvarez
La rendición de cuentas es uno de los pilares esenciales de la democracia moderna. Hemos de entenderla como la responsabilidad de la autoridad de ofrecer informe de sus acciones u omisiones y quedar sujeta al juicio social, cuyo resultado debiera ser tomado en cuenta por la responsable para realizar las adecuaciones o mejoras (reformas, se dice) necesarias a su desempeño.
En México, la rendición de cuentas es un lujo que su endeble democracia aún no puede darse a plenitud. El gobernante en turno informa lo que le place. No lo que puede ni menos lo que debe comunicar. De cara a los problemas, opta por la desinformación, la tergiversación de la realidad, la mentira, o de plano el silencio: el “aquí no pasa nada”. Por ello, aporta poco que sea útil para generar certidumbre sobre el rumbo a seguir.
De esa forma, conocemos “informes” grandilocuentes de acciones y obras maravillosas hechas por el gobernante (por él y sólo por él, claro) que, en su momento de esplendor, le convierten en un prohombre que da la vida por el bien de los demás. Así pasa con el presidente de la república, tanto como con gobernadores y presidentes municipales.
Podría pensarse que lo anterior corresponde a otros tiempos de México. A los tiempos del viejo Dino, que en el gobierno federal tomó breve reposo luego de siete décadas de tozuda labor. Porque luego de doce años de desfiguros y trasnochadas azules, se dice que en la presidencia de la República hay un nuevo PRI, que precisamente por ser nuevo no ha de repetir aquello que se le recrimina de su ominoso pasado.
¿O acaso no ha habido cambio y sigue incurriendo en las mismas prácticas? De los gobiernos estatales y municipales, es factible aseverar que las viejas prácticas siguen vigentes en la mayoría de los casos. Del gobierno federal, lo advertimos.
Enrique Peña Nieto está próximo a presentar noticias del primer año de su gestión, el primero de septiembre. Se trata del único acto formal donde el Presidente de la República rinde cuentas. No acerca de su desempeño, sino del “estado de la nación” (o lo que es lo mismo, sobre las consecuencias de su desempeño). Pero rendición de cuentas al fin.
Sabremos entonces lo que quiere dar a conocer durante esta etapa.
Por mi parte, desearía conocer, por primera vez, un informe apegado a la realidad; crudo porque así lo impone la situación; objetivo porque posee datos suficientemente sustentados; sin alegorías ni malabarismos porque no hay margen para justificar lo injustificable. Que sirva para mover la conciencia ciudadana; que señale dónde estamos parados y lo importante que es movernos en común acuerdo hacia una luz de esperanza. Un informe donde el Jefe de la nación diga en qué ha errado su administración y qué plantea hacer para corregir los yerros. En fin, una noticia que nos convenza de la trascendencia de comprometernos todos, gobierno y sociedad, con objetivos nacionales que nos permitan salir del profundo bache en que nos encontramos.
Sabemos, sin embargo, que el estado que guarda el país no es halagüeño, y eso lleva a sospechar que el presidente, optando por preservar la imagen, ofrezca lo mismo que sus antecesores. Que, a la usanza tradicional, diga lo que le plazca, no lo que deba decir. Esa duda hace suponer que el sesgo informativo o el silencio serán parte esencial del Primer Informe de Gobierno de Peña Nieto. Si ese fuera el caso, le pediría que por simple economía optara por el silencio, que sería el agravio menor a la inteligencia de los mexicanos.
Y es que la síntesis del primer año del sexenio remite a una lista de asuntos no resueltos que rayan en lo extremo. Por ejemplo, a últimas horas aún había duda del contexto en que ocurriría el Informe: que lo daría en el Campo Marte o tal vez en el Auditorio; que sería el domingo primero o tal vez no. Que mejor el domingo primero envía un personero a entregar documento escrito y el lunes dirige un mensaje a la Nación… ¡Vaya incertidumbre frente a algo tan elemental!
En cualquier caso, su alocución podría iniciar con un “Todo empezó el 2 de diciembre de 2012, cuando suscribí el Pacto por México…”. Efectivamente, parece que todo lo que se ha desatado durante la administración 2013-2018 inició cuando Peña Nieto signó el famoso Pacto, de la mano de líderes de las cúpulas de los tres principales partidos políticos.
Sin obviar que el Pacto fue una estrategia efectiva para apaciguar vestigios de inconformidad de algún instituto político, a la vez que legitimar al nuevo presidente, en sus 5 acuerdos y 95 compromisos se esbozó la meta que luego han restregado hasta el hastío diversos medios: “Mover a México”.
Como si el país fuera una inerte piltrafa, desde los círculos del poder, con la complacencia de “la oposición” representada por Gustavo Madero y Jesús Zambrano, se defendió instrumentar diversos compromisos del Pacto, transformándolos de inmediato en directivas irrebatibles. Porque en una condición así, esa piltrafa llamada México “no puede esperar”.
El “mover a México” se inició con la reforma educativa, que en un primer momento lució exitosa, máxime por el asunto de “La Maestra”. Siguió con propuestas de otras reformas trascendentales: la hacendaria y la energética.
Y los resultados están a la vista: Peña Nieto ha logrado cumplir al objetivo de mover a México… aunque ese movimiento vaya a contrario sensu; es decir, para oponerse a sus reformas.
A estas horas, los maestros de la CNTE marchan por las calles del Distrito Federal manifestando firme rechazo a la reforma educativa. Andrés Manuel López Obrador ha convocado a multitudinaria reunión el 8 de septiembre en el zócalo capitalino para consolidar la postura de rechazo a la reforma energética. Por su parte, Cuauhtémoc Cárdenas vuelve a los reflectores, rechazando también el proyecto energético e invitando a marchar el sábado 31 (o sea, al cuarto para las doce).
En el inter, casualmente, Presidencia ha anunciado que el 8 de septiembre presentará la propuesta de reforma hacendaria. De esto último, queda claro que los medios cubrirán ampliamente el acto protocolario de la propuesta presidencial, de ninguna manera la manifestación masiva convocada por López Obrador.
Algo tan ambicioso como el Pacto por México requería mayor tiempo de maduración. Principalmente, reclamaba un diálogo más participativo, plural e inclusivo. En otras palabras, demandaba democracia. Desafortunadamente, desde el principio se percibía un extraño apuro por realizar cambios estructurales de fondo a partir de arreglos cupulares exclusivamente. En diversos medios se comenta que la urgencia responde a los compromisos contraídos con instancias externas, interesadas en los recursos del país. Si esto es así, vale preguntarse dónde queda el interés nacional.
Es posible que el informe del presidente no repare en cosas sabidas; también es posible que destaque en exceso lo que juzgue como logros del sexenio. Sea en uno u otro sentido, ahí estarán los merolicos de los medios oficialistas (Televisa y TV Azteca por delante) prestos a elevar alabanzas a la figura del mandatario. Y sea en uno u otro sentido, parece evidente que el Informe no dejará de ser similar a los de otras administraciones, azules o tricolores. Lástima.
Pese a todo, vale conceder el beneficio de la duda. Peña Nieto tiene la palabra. El qué presente, lo mismo que el cómo y el dónde lo haga, serán la muestra más nítida de la importancia que presta al compromiso contraído con la Nación y la democracia. Después, tendrá el juicio social que merezca.
Como siempre, toca a los ciudadanos la tarea de interpretación. Esta vez, no de uno sino de dos mensajes: el presidencial y el que surge en las calles, básicamente las del Distrito Federal. Sólo de esa manera podremos vislumbrar lo que depara el futuro a este México tan aguantador.
Twitter: @RicSantes
Fecha de publicación en otros medios: 30 de agosto de 2013
Ver: Los Ángeles Press , Infolliteras