México: Interdependencia y Reforma
Es evidente que tenemos algunas diferencias con el próximo gobierno de Estados Unidos, como el tema de un muro, que México, por supuesto, no pagará. [V]amos a trabajar para tener una buena relación con los Estados Unidos y con su Presidente. […] Estados Unidos debe asumir un compromiso de trabajar de forma corresponsable para detener el tráfico ilegal de armas [a] México, así como para frenar el dinero de procedencia ilícita que reciben las organizaciones criminales en nuestro país. […] México buscará incrementar la inversión en infraestructura y tecnología para que nuestras fronteras sean más seguras, modernas y eficientes [y] mantener el libre flujo de remesas de nuestros connacionales en Estados Unidos […] Vamos a defender las inversiones nacionales y extranjeras en México. […] Rechazamos cualquier intento de influir en las decisiones de inversión de las empresas, con base en el miedo o en amenazas. […] Negociaremos con seguridad en nuestras fortalezas y con sentido práctico, promoviendo siempre los intereses de México y de los mexicanos. (Enrique Peña Nieto, 28 Reunión con Embajadores y Cónsules de México, Presidencia de la República, 11 de enero de 2017) |
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No hay fecha que no se cumpla; inicia una era de incertidumbre y preocupación, de cara al nuevo gobierno en Estados Unidos. Donald Trump asume el encargo de dirigir la mayor potencia militar del planeta. Con base en peligrosa mezcla de soberbia, misoginia, xenofobia, prepotencia, e ignorancia, que se fue gestando durante la campaña presidencial, parece que el nuevo mandatario tiene en sus manos el destino de la humanidad. Sin embargo, no todo será miel sobre hojuelas para Trump; tendrá que pasar aduanas, y la primera está en su propio país. La mayoría de ciudadanos no votó por él, y ese amplísimo sector aún sigue manifestando inconformidad, tanto por el racista que ahora los representa, como por el mecanismo que le allanó el camino al poder: el arcaico Colegio Electoral. A la par, los sentimientos de encono, nunca idos sino medianamente soterrados, se reactivaron durante la carrera por la presidencia, y hoy hacen ver una nación dividida. Sí, primera tarea del nuevo ocupante de la Casa Blanca es generar ambiente propicio para la convivencia interna. Dudo que le inquiete dimensionar ese aspecto, por lo que mucho tendrán que hacer colaboradores en el primer círculo para aclararle su importancia. Acá también tenemos mucho de qué ocuparnos y preocuparnos (en ese orden). En efecto, como se constata al inicio, el 11 de enero, el presidente Enrique Peña Nieto transmitió a la representación diplomática la posición que el país habrá de adoptar en el 2017, poniendo por delante el escenario previsible con la administración trumpiana. Respecto al tan llevado y traído tema del muro en la frontera, Peña aseveró que “México, por supuesto, no pagará”. Asimismo, se atrevió (!) a decir que Estados Unidos debe trabajar de forma corresponsable para detener el tráfico ilegal de armas y el dinero de procedencia ilícita hacia el sur. Sin duda, la mención fue reacción a la declaración de Trump, ese mismo día más temprano, que empezaría a construir el muro tan pronto inaugurara y que, por lo que hace al costo, México “en alguna forma, nos lo reembolsara”. De ahí en adelante, nadie en la federación ha hecho mayor pronunciamiento sobre las amenazas del segregacionista, que ha continuado pegando a su sparring preferido, México, quien ¡no lanza golpe en defensa propia! Ése es uno de los grandes problemas del peñismo y, ciertamente, de todos los mexicanos: mostrar gravísima vulnerabilidad ante el agresor. Como han documentado diversos analistas, si el gobierno no responde con dignidad, firmeza, y patriotismo a los insultos del bárbaro, sentencia a la nación a vivir una de las peores épocas de su existencia. Coincido. Porque un gobierno nacional que no defiende la soberanía, claudica en su derecho a no tener otro por encima de él. Esa es la condición en que regímenes neoliberales, zalameros y corruptos, desde Salinas de Gortari hasta Peña Nieto, fueron colocando al país: dependiente, de rodillas ante el exterior. Difícil, por no decir imposible, es exigir al gobierno que saque a la nación del embrollo en que se encuentra, pues de ello ha sido responsable principal. Un presidente que a estas alturas ya no alcanza ni siquiera el 15% de aprobación de su desempeño no es alguien en quien se pueda confiar. Aunque la situación parece irremediable, no lo es. Creo que el 20 de enero señala el momento de caminar hacia un cambio. El andamiaje institucional que configuró el México moderno, construido durante décadas por vía de elites autoritarias, a veces nacionalistas pero mayoritariamente entreguistas, que ha cobrado la sangre de muchos mexicanos de bien, debe reelaborarse. El cambio toca a la sociedad organizada; no hay de otra. La condición de la patria es complicada hacia afuera y hacia adentro. De lo primero, ya se comentó y por eso es imprescindible avanzar en vías de una interdependencia verdadera, equilibrada en el contexto de la globalización prevalente: México es una economía importante pero debe demostrarlo en el terreno de lo político. De lo segundo, la problemática interna, podemos resumir el estado de cosas en dos palabras: ingobernabilidad y crisis. Veamos. Un presidente que no da la cara, no escucha los reclamos y las necesidades sociales, ni ve cómo está cayendo la malparida estructura institucional; que frente al dolor de padres y madres, por sus hijos desaparecidos o muertos, apenas alcanza a balbucear un reprobable “ya supérenlo”; que prefiere ausentarse, irse de vacaciones y vivir con fatuidad; ése, no gobierna más. Por eso, a lo largo y ancho del territorio, hay ingobernabilidad. Y hay crisis porque las instancias públicas, por causa de sus dirigencias, son incapaces de resolver problemas. Ejemplos sobran. Alguien en la SEP, que sabe “ler” pero no leer; otro en la SRE que con el mayor cinismo dice que llega “a aprender”; un tercero, en la Segob, que no da para más como lo muestra la violencia por todos lados, pero que ya se ve presidente a partir de 2018; en el extremo un impresentable en la Sedesol, cuyo precario intelecto le permite ser operador electoral, pero no satisfacer una demanda social. Y así podemos hacer tan penoso recorrido por las principales carteras federales… y la historia se repite en los gobiernos locales, estatales y municipales. Tal vez hallemos una excepción, pero el mérito para estar ahí de la mayoría de esos “funcionarios” es uno solamente: ser amigos o familiares del de arriba. Por eso hay crisis; porque esos inaptos ven para sí, no para el beneficio general. Digo que la situación, que luce irremediable, no lo es. Crisis e ingobernabilidad deben apreciarse como oportunidad para la reforma de la vida doméstica. Si el sistema político está agotado; si el esquema de representación no funciona porque diputados y senadores sirven a sus bancadas partidistas pero no a quienes los votaron; si el modelo de procuración de justicia está al servicio del dinero. Si, en fin, los asideros institucionales prefieren velar por intereses de grupos, la opción es el cambio mediante la acción ciudadana. Muestra palpable es la reacción ante el inmisericorde gasolinazo, que de una protesta deshilada puede transitar a una expresión organizada y efectiva. Esa es la vía. El reto es romper los grilletes que inmovilizan y obligan a estirar la mano para recibir, sumisamente, limosnas de papá gobierno. El cambio, que se reflejará en una menor dependencia externa y transformación de las instituciones del Estado mexicano, radica en asumir ciudadanía plena, con todos los derechos, pero también (y eso lo subrayo) con todas las responsabilidades.
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Fuente de imagen: Evan Vucci/AP, in The Guardian | ||||
Twitter: @RicSantes | Fecha de publicación en otros medios:
Plumas Libres, 19-ene-2017 |