Un presidente que “no entiende que no entiende” su propia corrupción

No one is going to tell me that it was a simple coincidence, this American attack two days before the elections of Fifa. It doesn’t smell good […] Why would I step down? That would mean I recognise that I did wrong. I fought for the last three or four years against all the corruption.  (Re-elected FIFA president Sepp Blatter, The Guardian, May 30, 2015)

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Muchos lo advirtieron. Algunos llegaron, incluso, a cuestionar directamente al presidente sobre el grave problema de corrupción que había permeado todas las áreas de su gobierno. Personalidades influyentes sugirieron que su renuncia era lo mínimo esperable; porque el problema crecía y le envolvía. Y su permanencia en el cargo, más que alternativa de solución, significaba un obstáculo para sanear las cosas que se han hecho mal a lo largo de su gestión.
En todo momento, él rechazó cualquier posibilidad de ponerse al margen. Por el contrario, propuso que un órgano supuestamente independiente realizara una profunda investigación del asunto, llegando hasta sus últimas consecuencias. Topara donde topara.
Pese a cualquier intentona de matizar la crisis, el daño estaba hecho; la credibilidad del presidente y la de su gabinete quedaron en el suelo. En el extremo, el escepticismo incontenible trascendió naturalmente las fronteras. Con el paso del tiempo, ha quedado evidenciado que medios y figuras internacionales han mantenido la mirada en los eventos suscitados, y que el cuerpo ejecutivo se ha revuelto como gato boca arriba, tratando de evadir críticas y desaprobaciones.
El meollo del asunto radica en que los puestos de relevancia han sido ocupados por personajes cuyo mayor mérito es ser afines al presidente. Cercanísimos de muchos años, compañeros de parrandas y tropelías, quienes por supuesto han sido cobijados por el jefe, el amigo. De esa manera, la gran familia en el trono acrecentó fortuna, en la justa medida que las inconformidades por sus prácticas sucias también crecían.
Analistas preocupados tratan de explicar cómo es que el conocido personaje y su grupo pueden permanecer ahí, incólumes, con un poder que pinta indisputable. Concluyen que el secreto es la existencia de un sector numerosísimo de pequeños apoyadores que les mantienen. Es una chiquillada que levanta el dedo con total entusiasmo cuando el jefe requiere ayuda. A cambio, recibe dádivas y guarda silencio. Es así que, si bien hay actores influyentes que se resisten a continuar con el estado de cosas, al momento de votar, la chiquillada útil los arrasa cuantitativamente; porque en el proceso se aplica al pie de la letra la premisa de “un miembro, un voto”.
Aunque, recientemente, algo se ha empezado a quebrar. El pasado miércoles 27 de mayo, Sepp Blatter, presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), vivió uno de los episodios más negros de su carrera al mando de la organización, cuando autoridades suizas desvelaron investigaciones en curso respecto a una serie de actos de corrupción que involucran a sus miembros más encumbrados, y que pueden llegar a él directamente.
Las investigaciones iniciaron en Estados Unidos, donde se dice que los acusados gestaron transacciones delictuosas a través de bancos de ese país. A petición del Departamento de Justicia, se realizaron aprehensiones, y sobre los detenidos pesa la amenaza de extradición, con cargos de fraude, lavado de dinero y extorsión. Las autoridades a cargo aseguran que lo revelado es apenas la punta del iceberg.
El escándalo se conoció a sólo 48 horas de realizarse la elección para renovar o reelegir titular en la presidencia de la FIFA. El ex-futbolista Luis Figo, quien pretendía contender por el puesto, anunció el retiro de su candidatura tan pronto supo del desbarajuste en el organismo rector del fútbol mundial. Michel Platini, directivo de la poderosa sección europea, la UEFA, exigió la renuncia del máximo jerarca con la finalidad de facilitar las investigaciones.
No obstante, en la FIFA también hay un presidente que no entiende que no entiende su propia corrupción. Blatter dijo que no renunciaría; que nada tenía que ver con los hechos bajo investigación; que no podía conocer todas las acciones de los miembros de la organización; y que lo mejor que podía ocurrir es que continuara al frente para así garantizar que los actos ilegales fueran aclarados y el buen nombre de la institución fuera recuperado. Ajá.
En las elecciones del viernes siguiente, Blatter fue reelegido por un período de cuatro años más. Su único oponente, el príncipe Ali bin al-Hussein, de Jordania, declinó en su favor luego de una primera ronda. Sí, el cuasi octogenario mandamás sigue al frente, con su chiquillada de países cómplices: africanos, asiáticos y de la Confederación Norte, Centroamericana y del Caribe (Concacaf), de la que México es parte. La corrupción ha resistido y ha salido triunfante.
Un crítico afirmó que, si Blatter concluye o no su período, tal vez no sea por cuestiones mundanas, como una investigación por corrupción, sino por decisión del altísimo. Como siempre, las incapacidades humanas para lograr justicia y una mejor convivencia se dejan a los designios de alguien superior.
Cualquier semejanza que los anteriores párrafos pudieran tener con la circunstancia mexicana es una desafortunada coincidencia. Con lo descrito, aquella afirmación del clásico, que la corrupción es un asunto cultural, adquiere candidatura de verdad absoluta. Qué decepcionante; porque seguramente será un buen pretexto para que el clásico agregue: “Ya ven, se los dije, sólo los necios no quieren ver que en México vamos bien”.

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Fecha de publicación en otros medios: 1 y 2 junio 2015

Los Angeles Press, Plumas Libres, Infolliteras

Twitter:  @RicSantes

 

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